Mes: marzo 2012

La filósofa española Elsa Punset dice que sólo podremos manejar nuestras emociones si entendemos que hay que alimentarlas, desarrollarlas y cuidarlas como se cuida y alimenta al cuerpo …

 

¿Qué significa gestionar las emociones?

Mi trabajo está basado en la inteligencia emocional. Ésa es la corriente en la que me inscribo dentro del universo de la psicología. La inteligencia emocional parte de la certeza –certeza científica– de que las personas son capaces de manejar sus emociones. Las emociones no son innatas ni es algo que nos ocurre a pesar nuestro. Hay que tener en cuenta que, hasta hace poco tiempo, se suponía que nuestro cerebro era una estructura inmutable a partir de cierta edad. Pero ahora –gracias a una serie de nuevos estudios sobre plasticidad cerebral– sabemos que tenemos la posibilidad de gestionar las emociones y de tener un impacto fisiológico sobre las estructuras del cerebro a cualquier edad.

¿Cómo se traduce esa evolución en nuestra vida diaria?

Le devuelve a la gente muchísima capacidad de decisión y de libertad en sus vidas. La inteligencia emocional nos enseña cómo ser dueños y no rehenes de nuestras emociones.

¿Esto se aprende?

¡Claro que se aprende! Y cuanto antes mejor.

¿Cómo se logra?

Hay cuatro grandes ámbitos de trabajo. El primero es que se conozcan por dentro y pongan nombre a las emociones que sienten; el segundo es que sepan expresar esas emociones; el tercero, que desarrollen sus capacidades de empatía para comprender las emociones de los demás. Los seres humanos nacemos con esta capacidad extraordinaria de ponernos en el lugar del otro, no sólo intelectualmente, sino también físicamente. La empatía se mide en forma física. Por último tratamos de enseñar a los niños a relacionarse con los demás, a expresarse, a tomar decisiones en forma responsable, a expresar la ira… En una palabra, a navegar por sus emociones en forma deliberada y consciente.

¿Por qué enseñar esos métodos que, en principio, son innatos?

Porque poco a poco hemos perdido este lenguaje universal y básico que son las emociones. Durante mucho tiempo se pensó que todos no teníamos las mismas emociones. Ahora sabemos que sí las tenemos, pero que la forma de expresarlas es diferente. Es el único lenguaje universal y básico que posee el ser humano. No nos enseñaban a hablarlo ni a averiguar qué nos pasaba por dentro. El gran cambio del siglo XXI va a ser comprender qué nos pasa por dentro y aprender a manejarlo. Las emociones siempre han sido un agujero negro en el que la ciencia no ha podido entrar, la gente se ha guiado por el sentido común y ahora sabemos que el sentido común se puede equivocar.

¿Esto marca un cambio radical con respecto a la educación, que estaba dirigida –por decirlo simplemente– a la esfera cerebral?

Estaba dirigida al conocimiento; la esfera cerebral es todo. Otro de los grandes errores, hasta ahora, era pensar que emoción y razón eran antagónicos. Sin embargo, el órgano de las emociones es el cerebro. El ser humano tiene un cerebro emocional. Se trata de reconocer que no se puede educar sólo una parte del cerebro. Aprender a comportarse, a comprender y a sentir las emociones positivas, y rechazar las negativas puede cambiar físicamente la estructura del cerebro.

¿Por qué la escuela nunca se ocupó de esa enseñanza?

La escuela se inventó en la Revolución Industrial para enseñar a la gente a leer y escribir a fin de integrarla a un sistema social de producción y consumo. Ese mundo ya no es el que tenemos en la actualidad. Ahora, además de enseñarle las letras y los números, se trata de alfabetizarla emocionalmente. Muchos países occidentales están reconsiderando los sistemas educativos vigentes y han puesto en marcha programas para llevar a cabo ese cambio. Algunos van más rápido que otros, pero todos son conscientes de la importancia que tiene aprender a conocerse a uno mismo.

Usted dice que hay que aprender a gestionar las emociones negativas. ¿La gente temía a esas emociones o era incapaz de manejarlas?

Ha sido un error dividir las emociones en positivas y negativas. Es un gran revelador de cómo reaccionamos frente a las emociones. Las emociones no son positivas ni negativas: son útiles o son perjudiciales. Tenemos que empezar a designar esas categorías de la manera correcta. La ira puede ser el germen de la justicia social y la tristeza es una emoción por la que transitamos todos de forma regular. Aun los más felices de nosotros atravesamos procesos de tristeza porque se nos muere un abuelo o porque debemos cambiar de ciudad y perdemos a los amigos.

¿Por qué la gente rehúye o estigmatiza la tristeza?

Solemos huir de la tristeza y, sin embargo, gracias a ella sabemos que algo va mal. No podemos tolerarla porque vivimos en una sociedad que realmente hace un culto de la distracción. Es un poco la sociedad de la “emoción basura”, de la emoción de consumo rápido. Para comprender la importancia de este fenómeno, hay que saber cómo funciona el cerebro: si uno bombardea el cerebro con emociones fáciles que activan los centros del placer, esto se vuelve adictivo. Los seres humanos tenemos un cerebro adictivo: cada vez necesitamos más de lo mismo para sentir el mismo nivel de placer. Se ha querido negar que hay emociones que forman parte de nuestro ser y se ha querido potenciar otras emociones fáciles, llamativas, que activaban todos estos centros de placer del cerebro y que inducen a un consumo emocional desaforado.

¿Cuáles son las manifestaciones más visibles de ese fenómeno?

Las cifras de enfermedad mental, que son cada día más preocupantes. La Organización Mundial de la Salud (OMS), el Ministerio de Salud en España y todos los organismos internacionales están advirtiendo que en 2020 va a haber un 20% de la población con enfermedades mentales discapacitantes. Muchas son de origen emocional. Hoy hay muchas personas que se sienten infelices. Hasta ahora creíamos que, si se colmaban las necesidades físicas y materiales, no había nada más que pedir. Por un lado, fue quizás una visión ingenua. Por otra parte, fue interesada. A un mercado de consumo le interesaba que fuera de esa manera, pero los seres humanos no somos así.

¿Cómo es ahora?

El gran cambio consiste en que ahora se admite que las emociones son como el cuerpo, al que es preciso cuidar, desarrollar, atender, comprender y mimar durante toda la vida. Si uno se alimenta de comida basura, si no hace ejercicio, termina con el cuerpo machacado.

¿Lo mismo pasa con las emociones, entonces?

En un mundo en el que la gente vivía menos y con estructuras sociales y religiosas muy fuertes, esas cosas importaban menos. La gente ocupaba el lugar que le decían que debía ocupar y se acababa la cosa. Me infunde mucha esperanza ver que la gente toma su vida en sus manos y sabe que puede cambiar a cualquier edad. Para transformar, sólo es necesario comprender. Hay formas de comprender que son mucho más sencillas de lo que nos habían dicho. No vivimos negados para la eternidad. Si uno cambia su comportamiento, es posible modificar hasta las estructuras físicas del cerebro. Trabajar sobre uno mismo tiene un impacto muy fuerte. Cada uno tiene que encontrar su camino. Es sano que la gente pida ayuda.

Usted cita el caso de una científica india que se asombraba por la capacidad occidental de “cauterizar” la vida y vaciarla de contenido.

Una pedagoga india me dijo en un momento que “a los occidentales los entierran a los 80 años, pero se mueren a los 20”. La frase es muy dura, pero tiene algo de razón porque creíamos que el cerebro dejaba de cambiar a partir de los 20 años, que era el final del desarrollo cerebral.

¿No es verdad que en las sociedades modernas la gente está anestesiada a partir de cierta edad?

Éste es un tema que me disgusta, pues existe una verdadera discriminación por la edad. El cerebro funciona sobre la base de una serie de reacciones automáticas. No está programado para ser feliz, sino para sobrevivir. Una de sus mayores preocupaciones es encontrar seguridad. Entonces, para sentirse seguro en un mundo muy inseguro y fluido, opta por dividir el mundo en forma binaria: “buenos” y “malos”, “propio” y “ajeno”, “amistoso” y “peligroso”, etcétera. Luego tenemos mecanismos de autojustificación que nos permiten maltratar a determinados grupos. Uno de los elementos que utilizamos para dividir en “buenos” y “malos” es la edad. Me asombra la importancia que le atribuye esta sociedad a la edad y la forma en que se la utiliza como arma para decirle a la gente cómo debe vivir y hasta donde puede llegar en función de su edad.

Antes se hacía en función del género.

Eso, afortunadamente, está desapareciendo, según los países, pero ahora se hace en función de la edad. Jubilamos a la gente en forma cada vez más prematura. En una sociedad que consume emociones primitivas, instintivas y poco elaboradas, se prima la belleza física, la fertilidad, la juventud, pero sin pensar qué valor está añadiendo esa juventud.

Usted dice que es preciso no sólo recuperar las emociones, sino también la razón.

Sí. Una civilización más avanzada es la que consigue la simbiosis entre razón y emoción, y la que aprende a gestionar la emoción. Nunca se dice –pero es fundamental– que evolutivamente, así como ha crecido la parte más racional del cerebro, también creció la parte emocional de los humanos. Ambas están totalmente unidas. Ahora tenemos que aprender a bucear en el cerebro para descubrir qué hay en esa caja negra. Nuestra misión se reduce, acaso, a enseñar a las personas a saber manejar ese tesoro que tienen adentro.

 

Entrevista tomada de www.sophiaonline.com.ar