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¿Qué es la Psiconeuroendocrinoinmunología?

La Psiconeuroendocrinoinmunología es considerada por muchos el paradigma de la medicina del futuro. Estudia la relación entre la psiquis, el sistema nervioso, el sistema inmune y el sistema endocrino, y ofrece nuevos abordajes para cambiar la forma en que las personas percibimos el mundo.

Los componentes de la PNEI son los neurotransmisores, las hormonas y las citoquinas que actúan como moléculas mensajeras llevando información entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune.

Esta nueva rama de la ciencia nos muestra que la mente o la actividad del cerebro es la primera línea que tiene el cuerpo para defenderse contra la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, y alinearse a favor de la salud y el bienestar. Investigaciones recientes dan evidencia incuestionable de las interacciones mente-cerebro-cuerpo; a nivel molecular, celular y del organismo, que pueden impactar sobre la salud y la calidad de vida de los individuos.

El doctor Robert Ader es considerado el padre de la PNEI; en el año 1974 reescribió el mapa biológico del organismo y su descubrimiento -realizado en la Universidad de Rochester- causó un gran impacto cuando demostró que el sistema inmunológico podía condicionarse.

Si se puede condicionar el sistema inmunológico, es porque se encuentra bajo el control del sistema nervioso; y, a su vez, el sistema nervioso está bajo el control de nuestros pensamientos.

El descubrimiento de Ader llevó a la investigación de lo que resulta ser una infinidad de modos en que el sistema nervioso central y el sistema inmunológico se comunican, sendas biológicas que hacen que la mente, las emociones y el cuerpo no estén separados sino íntimamente interrelacionados. El sistema inmunológico es el cerebro del organismo.

Las Moléculas de Emoción:

Se ha demostrado con claridad que existe una conexión entre la mente y el cuerpo, y es la Psiconeuroendocrinoinmunología la que nos proporciona ahora algunas respuestas, ayudándonos a entender mejor cómo se transforman las emociones en sustancias químicas, moléculas de información que influyen en el sistema inmunológico y en otros mecanismos de curación del cuerpo. Algunos de los trabajos más interesantes en este campo se deben a la doctora Candace Pert, Directora del Departamento de Bioquímica Cerebral del Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos. Entre las conclusiones más importantes que se desprenden de su trabajo podemos enunciar:

*Que la mente, las ideas y las emociones afectan a nuestras moléculas, a nuestra salud física, mucho más de lo que se creía. Las emociones son un puente no solo entre la mente y el cuerpo, sino también entre el mundo físico y el espiritual;

*Que todas las moléculas poseen un aspecto vibracional y otro de partícula o fisiológico. Las moléculas de las emociones afectan a todas las células del cuerpo;

*Que esas moléculas y las válvulas del corazón, los esfínteres del aparato digestivo, la propia digestión, está todo regido por las moléculas de emoción que tienen una acción física;

*Que el ser humano es su propio productor de drogas, que sólo tiene que volver a aprender a estimular sus drogas endógenas, según sus propias necesidades y deseos. La gama de drogas endógenas abarca desde estimulantes, antidepresivos, ansiolíticos, analgésicos, etcétera. Por lo tanto, se pueden estimular algunas sustancias específicas con ayuda de ciertos métodos personalizados y a través de estos estímulos es posible modificar el curso de nuestra biología.

Cada uno de nosotros posee su propia farmacopea natural -la más fina droguería disponible al menor costo- para producir todas las drogas que necesitemos a fin de poner en marcha nuestro sistema cuerpo-mente, precisamente de la manera en que fue diseñado para funcionar durante siglos de evolución.

La Plasticidad del Cerebro:

Examinar ideas, creencias y sentimientos resulta una experiencia de cambio de vida. Las neurociencias han dado origen al concepto de neuroplasticidad, que no es otra cosa que la habilidad natural del cerebro para formar nuevas conexiones.

Cada vez que aprendemos y transitamos por experiencias nuevas, cientos de miles de neuronas se reorganizan. La ciencia empieza a entender que, además de permitir que el entorno modere nuestro cerebro, podemos crear conexiones en él, con solo enfocar nuestra atención en un pensamiento.

En cada nueva experiencia, una nueva conexión sináptica se establece en nuestro cerebro con cada sensación, visión o sentimiento nunca antes explorado. Una nueva relación entre dos de las más de cien millones de células cerebrales se establece de manera inevitable, si la experiencia se repite en un lapso relativamente corto, dicha conexión se fortalece; si no lo hace en un largo período, la conexión se debilita o se pierde.

La plasticidad del cerebro o la capacidad de cambiar su forma física constituye una de las propiedades más asombrosas en el campo de la neurobiología.

Las emociones y los recuerdos de las experiencias están codificados en redes neuronales, y las redes neuronales están conectadas al hipotálamo. La buena noticia es que podemos salir de este circuito; todo lo que tenemos que hacer es activar nuevas redes y los químicos comenzarán a fluir internamente logrando el cambio que elegimos realizar.

Todo cuanto sentimos y pensamos es el resultado de complejos procesos neurobioquímicos; esto es indiscutible, los procesos emocionales al igual que los cognitivos pueden explicarse por el funcionamiento de hormonas y neuronas.

Muchos científicos han llegado a observar que son las emociones las que unen la mente y el cuerpo. Esta visión más holística complementa la visión reduccionista, expandiéndola en lugar de reemplazarla, y ofrece una nueva manera de pensar acerca de la salud y la enfermedad.

Nuestros genes no están enterrados en nuestra biología a una profundidad remota de nuestra consciencia y preocupaciones cotidianas. Muy por el contrario, nuestros genes se manifiestan en todo momento en respuesta a todo lo que estimula nuestra curiosidad, nuestra sorpresa y fascinación.

Nuestros genes están expresados en el drama continuamente cambiante del fluir de eventos significativos de la vida. Nuestros genes se activan y se desconectan en respuesta a nuestras esperanzas, deseos, fantasías y sueños. Esta capacidad de respuesta es la responsable del hecho de que el determinismo genético, tal vez en poco tiempo, se transforme en un mito.

En www.fundacionsalud.org.ar

Entender cómo nuestras emociones pueden modificar, desde nuestra postura corporal, hasta nuestra salud física … Hoy en día, existen numerosos estudios científicos que corroboran esta afirmación.
No obstante, la idea de que lo que sentimos como afectos, estados de ánimo y emociones puede realmente enfermarnos, no ha sido tomada hasta ahora, verdaderamente en cuenta, por una sencilla razón: seguimos pensando y «viviendo» nuestro cuerpo, como algo separado de nuestra psiquis y nuestro espíritu. La clave? Seguramente AUTOOBSERVARNOS y por qué no AUTOSORPRENDERNOS …
Los seres humanos podemos mirarnos desde tres ámbitos o dominios: el cuerpo, las emociones y el lenguaje. A través de éste, distinguimos (ponemos nombre, explicamos), a los objetos y hechos que percibimos a nuestro alrededor. Obviamente también distinguimos nuestro cuerpo y nuestras emociones.

Cada cambio que nos suceda en un dominio, afectará inevitablemente a los otros dos. Por ej., los cambios en nuestras emociones: un susto, alarma, alegría, vergüenza, enojo, o cualquiera otra que nos surja, modificará nuestra postura corporal, y nuestro lenguaje. En el caso del enojo, por ej., nuestros músculos se tensarán, los gestos de la cara se endurecerán, los latidos de nuestro corazón probablemente se acelerarán, nuestros hombros e tornarán un “escudo” hacia adelante, y nuestro andar se hará más rápido, pero también más rígido.
El lenguaje de nuestras conversaciones (hagamos éstas públicas o sólo privadas), contendrá juicios e interpretaciones de agravio personal, de hostilidad del mundo y las personas que nos rodean, hacia nosotros, de bronca de nuestra parte hacia ellos, de impotencia personal para salir de dónde estamos, etc.

Pues bien, nuestro cuerpo es esa dimensión que “vivimos y sentimos” todos los días, como parte de lo que somos y no sólo como un envoltorio que tenemos o portamos mientras vamos por el mundo. Y este cuerpo ha registrado todas esas emociones y vivencias propias definiendo su propia forma de ser: sus posturas, tensiones, formas de respirar, andar, pararse frente al mundo, son reflejo de sus experiencias pasadas, y definen a la vez, la forma en que puede vivir el presente.

Quizás una persona que anda por la vida encorvada, como “tapada”, con el rostro semiinclinado hacia abajo, sus hombros hacia delante, y su caminar pausado, muestra con ello su baja autoestima, su tristeza o su depresión. Y así también juzga al mundo: hostil, sin posibilidades para él/ella, incierto y/o como un espacio en el cuál debe luchar y defenderse.

Introducir cambios en alguno de los tres dominios, puede también aportar cambios en los otros.
Las emociones, por ejemplo, son disparadas por ciertas acciones (quién no siente susto ante un golpe estrepitoso e inesperado, por mencionar sólo alguna?). Pero asimismo son ellas las que predisponen a la acción: desde el susto me quedo inmóvil, desde el enojo permanezco impotente, desde la alegría me acerco a los otros y “hago”, desde la tristeza lloro, etc. No digo que hago sólo eso, simplemente digo que cada emoción trae aparejada sus propias posibilidades, y no mucho más …

Cambiar las emociones que son reiteradas o permanentes, que se han cristalizado como “estados de ánimo”, nos ayudará a abrirnos a otras posibilidades de acción.

Entonces: si cambio algunas acciones, cambian mis emociones espontáneas. Por ej. Si dejo de caminar por la noche, por las calles más oscuras y sombrías de mi barrio, dejaré de sentir ese miedo inmediato.

Pero el miedo instalado como estado de ánimo, requiere además, que cambie primero mi lenguaje. Es decir, los juicios que tengo sobre el mundo que me rodea, y que me hacen ver que todo puede ser temible, fuente de peligro, potencialmente agresor, y que me recuerdan una y otra vez: “No salgas”, “no lo hagas”, “no te expongas”. Solamente cuando me cuestione: ¿por qué no salir?, ¿de qué me sirve no hacerlo?, etc, etc, podré abrirme a la posibilidad de salir, de hacerlo, de probarlo y de mucho más.

Cambiar la tristeza por la esperanza, por ej., la rabia o la bronca por la empatía, para poder reconocer qué le sucede al otro, que a mí me hace tan mal, la indiferencia por la curiosidad, por citar algunas alternativas, son las puertas a cambiar nuestras acciones, nuestra relación con los demás, y por lo tanto, surgirá de ello, un cambio en nuestros juicios sobre cómo es el mundo y cómo son las personas con las que interactuamos.

Ello nos permitirá modificar nuestras cargas y tensiones corporales, nos relajará, mejorará nuestra respiración, nuestro ritmo cardíaco, y la armonía psíquica que nos traerá aparejada, redundará en beneficio de nuestra energía vital toda.

Lo que debemos tener en cuenta es que un cambio en un solo dominio, no alcanza para un cambio sostenido, en los otros dos: cambiar nuestra forma de pararnos frente al mundo, por ej., no cambiará nuestras emociones definitivamente. Para ello, “tendremos que girar también el ángulo desde donde nos paramos”. Esto, entendámoslo como empezar a ver que existen otras formas de “hacer” posibles, de acordar y coordinar acciones con los otros, de acercarnos y hacer contacto, de encontrarnos con el éxito personal, que seguramente nos sacarán de la emoción de la autodescalificación y la depresión, y nos aportarán juicios mucho más generativos sobre el universo circundante.

Sólo observando “cómo estamos siendo”, a cada momento, en los tres dominios de nuestro ser, y actuando en forma consecuente, podremos entonces sostener un

VERDADERO CAMBIO DE SER.

Lic. Mónica Silvia Reta

 
El STRESS aparece comúnmente definido en los ámbitos científicos como la respuesta física y emocional que ocurre en un individuo, cuando éste se ve desbordado por múltiples demandas a las que no puede responder desde sus capacidades y recursos propios.
Exigencias laborales, conflictos de índole familiar, exceso de responsabilidades de todo tipo, falta de tiempos de descanso adecuados, de esparcimiento y de ocio. Estos pueden ser algunos de los tantos responsables del «stress moderno»

Existe una crucial diferencia entre las funciones cerebrales que se activan cuando cualquier desafío moviliza y motiva a la persona (“stress bueno”), y las que lo hacen cuando lo que ella percibe son situaciones que la amenazan, abruman y hasta paralizan o desmoralizan (“stress malo”).
Los elementos químicos cerebrales que generan entusiasmo frente a un desafío, entran en funcionamiento cuando nuestro nivel de energía es alto, nuestro esfuerzo máximo y nuestro humor positivo. Se denominan catecolaminas y dependen de la activación del sistema nervioso simpático y las suprarrenales.
Pero una vez que el cerebro asume la posición de emergencia, comienza a bombear cortisol; sin embargo trabajamos mejor a un nivel más bajo de excitación cerebral, cuando sólo participa el sistema de catecolaminas. Y para elevar el cortisol, tampoco es necesario llegar a la situación de quedar desempleado, o a una crisis terminal de agotamiento; bastan para ello el aburrimiento, la frustración, la impaciencia y hasta el cansancio.

Por tanto, el eustress (“stress bueno”) hace referencia a la presión que nos incita a la acción. Los elementos bioquímicos que se activan, incitan al cerebro a mantenerse atento e interesado y lo energizan para un esfuerzo sostenido.
Un estudio de origen alemán, citado por D. Goleman en su libro “La inteligencia emocional en la empresa” muestra esta relación entre la motivación y la química del eustress: “… Se asignó a un grupo de voluntarios una tarea mental difícil: debían resolver 120 problemas aritméticos en un período cada vez más breve, hasta que se equivocaran una de cada cuatro veces. Cuando se les verificaban las respuestas, si eran ciertas, recibían una recompensa en efectivo, si estaban equivocados, se los penalizaba con la misma suma.
Los voluntarios que tenían más esperanzas de éxito, eran los más capaces de mantener esa movilización en un nivel que produjera mayormente catecolaminas. Pero quienes actuaban motivados por el miedo, se llenaban de cortisol.
Esto resultó tener un efecto autorreforzante. Los que tenían bajo nivel de cortisol podían pensar bien y prestar atención durante la prueba, se mantenían alertas, serenos y productivos. El efecto sobre el desempeño fue dramático: ganaron más del doble de sus colegas”…

Podemos concluir aquí que el stress puede definirse como un fenómeno psicosomático, en el cuál, una emoción desencadena efectos fisiológicos, que a su vez predisponen para cierto tipo de emociones y las conductas que se derivan de ellas. Las transformaciones que tienen lugar entre la mente y el cuerpo se denominan transducciones.
En el stress vernacular, la energía de la emoción, por ejemplo, del enojo, se transduce en la energía de la contracción del miocardio (aumenta el ritmo cardíaco) y de la producción de mensajeros químicos como la adrenalina y la noradrenalina …”

La conclusión a la que podemos arribar aquí, sobre todo tomando los comentarios de Goleman, más arriba, es que, en el caso de las emociones positivas, el proceso psicosomático potenciaría los efectos positivos en las conductas finales (entusiasmo, productividad), mientras que en las negativas, ocurriría a la inversa. Quizás el efecto final de todo este proceso, en el “stress malo”, sea la enfermedad orgánica, que se cita en distintos lugares como las manifestaciones del cuadro de Stress en su estadio final (Burn Out).

Ahora bien, entendamos que los síntomas y signos psicológicos que habitualmente se atribuyen a un cuadro de stress: altos niveles de ansiedad, irritabilidad elevada, sentimientos de depresión, incapacidad de manejar emociones, apatía, confusión en el pensamiento, no han de ser diferentes a los que el individuo experimentó, en un primer momento, frente a situaciones “stressantes”, y que luego, el mecanismo psicosomático que acabo de describir, se encargó de cristalizar como forma de respuesta permanente frente a dichas situaciones.

Lo que debemos tener en cuenta, en cualquier caso, y como idea principal, es que el área laboral de la vida de una persona, es una de las principales causas de stress, por una diversidad de factores que ella encierra.
Pero además de ello, estos síntomas no son exclusivos del stress, por lo cuál, si estoy frente a un empleado que los padece, tengo que hacer dos cosas:
-realizar un diagnóstico individual de lo que le está sucediendo: su particular constelación de síntomas y factores que lo están causando;

-desestimar la posibilidad de que el stress esté acompañado por otros cuadros psicológicos (por ej. depresión, fobias). En tal caso, indicaremos tratamiento psicológico.

Si además observo que esa persona presenta dificultades para concentrarse en la tarea, desinterés y/o falta de involucramiento personal en ella, tengo otros elementos que se suman a favor de la hipótesis de un cuadro de Stress.

Si finalmente encuentro que hay puntos críticos en él/ella, como por ejemplo, la determinación de metas y objetivos para el futuro, así como el reconocimiento de aspectos de sí mismo, puedo suponer que ello tiene que ver con aspectos confusionales del pensamiento e incapacidad de expresarse claramente, lo cuál, si bien puede obedecer a diferentes cuadros psicopatológicos, también puede ser síntoma de stress.

Mi hipótesis puede finalmente corroborarse si esta misma persona revela, en sus comentarios, dificultades en su vida diaria, para contactarse con los otros, para organizar su tiempo, para priorizar lo que quiere y le interesa hacer, y para decir que NO a cualquier demanda o requerimiento de los otros, (en especial de su ambiente laboral).

¿Cómo trabajo desde el Coaching Ontológico?

En este caso, me interesa vincular las emociones que producirían el stress, con las acciones que son las disparadoras de estas emociones, para así poder intervenir en el circuito acción –  emoción –  “efecto stress”

El Coaching Ontológico le permite al individuo cuestionarse, desde su particular percepción del mundo, qué acciones habitualmente realiza y/o tiene disponibles para realizar. Y en este punto, cuáles son sus emociones (qué siente) y cuál es su estado de ánimo (emocionalidad permanente). A su vez, le permite cuestionarse qué resultados le aparecen ante estas acciones, y en todo caso reformular esta cadena:
Percepciones   –     Acción    –    Resultados.
A partir de aquí, yo puedo, por ejemplo, realizar un ejercicio con la persona consultante, en el que le pido que piense en una emoción que experimenta en forma recurrente, por ej., la ansiedad o irritación, que puede ser representativa, justamente, de un cuadro de stress.
Luego le pido que recuerde , cuáles fueron las acciones, propias o de terceros, en la última semana, que desencadenaron en él/ella, tal emoción de ansiedad o irritación, y qué pasó a partir de allí (cuál fue el resultado de cada una de esas situaciones).
Las acciones que refiera pueden ser varias: el tratar de hacer dos o tres tareas a la vez, exigirse atención a dos personas que le hablan simultáneamente de cosas diferentes, no poder responder ante una agresión externa, no verbalizar su incomodidad ante una discusión o una imposición de terceros, etc. Este ejercicio lo puedo hacer también en parejas: uno puede comentarle al otro sus acciones, y esto enriquece obviamente la percepción general de cada uno.

En este punto, recurro a otro dominio fundamental: la corporalidad. Todo cambio en las emociones genera cambios en el cuerpo. Desde la corporalidad externa (posturas, gestos, esquema corporal), esto se manifiesta en disposiciones que el individuo puede reconstruir a partir de preguntas claves, por ej.:

“¿Cómo siente Ud. la ansiedad en su cuerpo?; ¿Cómo representaría con su cuerpo, el estar ansioso/irritado, etc?”.

Así, cada individuo puede “representar” el cuerpo de la ansiedad (o de cualquier otra emoción), mientras el otro lo observa, y luego le devuelve, “en espejo”, imitándolo, esa representación, inclusive magnificada, de sí mismo. Con lo trabajado hasta aquí, el individuo puede reconocerse, e implementar cambios necesarios, tanto para evitar acciones “generadoras de stress y enfermedad”, como disposiciones corporales que ocasionen dolor, tensión, rigidez, contracción, y sobre todo, percepciones y emociones relacionadas con el malestar.
Esta es una de las tantas técnicas utilizadas en el Módulo de Abordaje de situaciones de Stress y presión laboral, que encontrarás dentro de los Asesoramientos de Coaching individual, con todo su desarrollo temático.

En próximos artículos iremos desplegando otros puntos del mismo, que utilizo, en general, para gente “bombardeada” por la realidad de su trabajo diario.
Lic. Mónica Silvia Reta