Lo que se siente desde el alma … también se siente en el cuerpo.

Entender cómo nuestras emociones pueden modificar, desde nuestra postura corporal, hasta nuestra salud física … Hoy en día, existen numerosos estudios científicos que corroboran esta afirmación.
No obstante, la idea de que lo que sentimos como afectos, estados de ánimo y emociones puede realmente enfermarnos, no ha sido tomada hasta ahora, verdaderamente en cuenta, por una sencilla razón: seguimos pensando y «viviendo» nuestro cuerpo, como algo separado de nuestra psiquis y nuestro espíritu. La clave? Seguramente AUTOOBSERVARNOS y por qué no AUTOSORPRENDERNOS …
Los seres humanos podemos mirarnos desde tres ámbitos o dominios: el cuerpo, las emociones y el lenguaje. A través de éste, distinguimos (ponemos nombre, explicamos), a los objetos y hechos que percibimos a nuestro alrededor. Obviamente también distinguimos nuestro cuerpo y nuestras emociones.

Cada cambio que nos suceda en un dominio, afectará inevitablemente a los otros dos. Por ej., los cambios en nuestras emociones: un susto, alarma, alegría, vergüenza, enojo, o cualquiera otra que nos surja, modificará nuestra postura corporal, y nuestro lenguaje. En el caso del enojo, por ej., nuestros músculos se tensarán, los gestos de la cara se endurecerán, los latidos de nuestro corazón probablemente se acelerarán, nuestros hombros e tornarán un “escudo” hacia adelante, y nuestro andar se hará más rápido, pero también más rígido.
El lenguaje de nuestras conversaciones (hagamos éstas públicas o sólo privadas), contendrá juicios e interpretaciones de agravio personal, de hostilidad del mundo y las personas que nos rodean, hacia nosotros, de bronca de nuestra parte hacia ellos, de impotencia personal para salir de dónde estamos, etc.

Pues bien, nuestro cuerpo es esa dimensión que “vivimos y sentimos” todos los días, como parte de lo que somos y no sólo como un envoltorio que tenemos o portamos mientras vamos por el mundo. Y este cuerpo ha registrado todas esas emociones y vivencias propias definiendo su propia forma de ser: sus posturas, tensiones, formas de respirar, andar, pararse frente al mundo, son reflejo de sus experiencias pasadas, y definen a la vez, la forma en que puede vivir el presente.

Quizás una persona que anda por la vida encorvada, como “tapada”, con el rostro semiinclinado hacia abajo, sus hombros hacia delante, y su caminar pausado, muestra con ello su baja autoestima, su tristeza o su depresión. Y así también juzga al mundo: hostil, sin posibilidades para él/ella, incierto y/o como un espacio en el cuál debe luchar y defenderse.

Introducir cambios en alguno de los tres dominios, puede también aportar cambios en los otros.
Las emociones, por ejemplo, son disparadas por ciertas acciones (quién no siente susto ante un golpe estrepitoso e inesperado, por mencionar sólo alguna?). Pero asimismo son ellas las que predisponen a la acción: desde el susto me quedo inmóvil, desde el enojo permanezco impotente, desde la alegría me acerco a los otros y “hago”, desde la tristeza lloro, etc. No digo que hago sólo eso, simplemente digo que cada emoción trae aparejada sus propias posibilidades, y no mucho más …

Cambiar las emociones que son reiteradas o permanentes, que se han cristalizado como “estados de ánimo”, nos ayudará a abrirnos a otras posibilidades de acción.

Entonces: si cambio algunas acciones, cambian mis emociones espontáneas. Por ej. Si dejo de caminar por la noche, por las calles más oscuras y sombrías de mi barrio, dejaré de sentir ese miedo inmediato.

Pero el miedo instalado como estado de ánimo, requiere además, que cambie primero mi lenguaje. Es decir, los juicios que tengo sobre el mundo que me rodea, y que me hacen ver que todo puede ser temible, fuente de peligro, potencialmente agresor, y que me recuerdan una y otra vez: “No salgas”, “no lo hagas”, “no te expongas”. Solamente cuando me cuestione: ¿por qué no salir?, ¿de qué me sirve no hacerlo?, etc, etc, podré abrirme a la posibilidad de salir, de hacerlo, de probarlo y de mucho más.

Cambiar la tristeza por la esperanza, por ej., la rabia o la bronca por la empatía, para poder reconocer qué le sucede al otro, que a mí me hace tan mal, la indiferencia por la curiosidad, por citar algunas alternativas, son las puertas a cambiar nuestras acciones, nuestra relación con los demás, y por lo tanto, surgirá de ello, un cambio en nuestros juicios sobre cómo es el mundo y cómo son las personas con las que interactuamos.

Ello nos permitirá modificar nuestras cargas y tensiones corporales, nos relajará, mejorará nuestra respiración, nuestro ritmo cardíaco, y la armonía psíquica que nos traerá aparejada, redundará en beneficio de nuestra energía vital toda.

Lo que debemos tener en cuenta es que un cambio en un solo dominio, no alcanza para un cambio sostenido, en los otros dos: cambiar nuestra forma de pararnos frente al mundo, por ej., no cambiará nuestras emociones definitivamente. Para ello, “tendremos que girar también el ángulo desde donde nos paramos”. Esto, entendámoslo como empezar a ver que existen otras formas de “hacer” posibles, de acordar y coordinar acciones con los otros, de acercarnos y hacer contacto, de encontrarnos con el éxito personal, que seguramente nos sacarán de la emoción de la autodescalificación y la depresión, y nos aportarán juicios mucho más generativos sobre el universo circundante.

Sólo observando “cómo estamos siendo”, a cada momento, en los tres dominios de nuestro ser, y actuando en forma consecuente, podremos entonces sostener un

VERDADERO CAMBIO DE SER.

Lic. Mónica Silvia Reta

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