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(De www.capitalemocional.com)

El mobbing forma parte, lamentablemente, de nuestra terminología en el ámbito laboral, del mismo modo que en la escuela se habla de bullying. Aunque éste último hace referencia a maltrato entre iguales (alumnos o alumnas en la escuela) y suele trascender la frontera del acoso psicológico hacia un maltrato físico.

Pero en realidad ¿qué es el mobbing? Se trata sin duda de un tipo de violencia psicológica en el entorno laboral. Si buscamos en el DRAE, en su vigésimo tercera edición, nos ofrece una definición de acoso moral o psicológico en los términos siguientes: «Práctica ejercida en las relaciones personales, especialmente en el ámbito laboral, consistente en un trato vejatorio y descalificador hacia una persona, con el fin de desestabilizarla psíquicamente».

El mobbing es un término que empleó por primera vez el profesor Konrad Lorenz (1903-1989), premio Nobel de medicina en 1973, junto a otros dos científicos Nikolaas Tinbergen y Karl R. von Frisch. No sólo nos legó sus investigaciones sobre las ocas y la impronta de las aves que le seguían confundiéndole con su progenitor. También empleó este término para describir una conducta de agresión que tenía como finalidad expulsar a un congénere, considerado intruso en un territorio determinado.

Es fácil imaginar el contexto ecológico de la oficina, tienda o fábrica y el grupo más o menos reducido con una conducta violenta, en este caso psicológica, que persigue hasta eliminar o anular al individuo no admitido en el grupo. Ya de vuelta al ámbito laboral, hace un par de décadas, un psicólogo alemán, Heynz Leymann investigó esta conducta en el trabajo que revolucionó las leyes laborales en los países escandinavos y en Alemania. En su experiencia durante 20 años señaló que existe mobbing cuando una o varias de 45 actitudes hostiles descritas por él se repiten al menos una vez a la semana durante al menos 6 meses.

Hablaremos de todas estas actitudes hostiles, aunque antes es preciso hacer un diagnóstico diferencial del mobbing. En primer lugar con el estrés, que debemos reconocerlo como la sintomatología psicofísica resultante de una percepción de demandas o exigencias superiores a las que creemos que podemos satisfacer. En segundo lugar con el síndrome de Burn out «estar quemado», que debemos reconocerlo como una situación que padece un sujeto tras estar sometido a fuertes demandas de su entorno y que como resultado termina en despersonalización o falta de entusiasmo o visión de futuro laboral y que le afecta psicofísicamente.

También debo decir que el mobbing no es una situación de conflicto, el conflicto es bilateral, el mobbing es intencionado por un acosador/a hacia una víctima, es unilateral. En ambas situaciones, estrés y burn out, hay un binomio: un ambiente o entorno y una respuesta del individuo. En el mobbing hay una víctima y uno o varios agresores o acosadores, que pueden ser de forma grupal o individual, compañeros, subordinados o jefes fundamentalmente. En el mobbing hay una intencionalidad por parte de los acosadores o acosadoras: anular, humillar y eliminar a su víctima. A veces los motivos, si es que este tipo de conducta necesita apoyarse en motivos, no es más que la envidia, baja autoestima o un control mal entendido por parte del acosador/a.

¿Cómo identificar el mobbing? Leymann describió hasta 45 actitudes hostiles que nos permiten identificar el mobbing, que deben darse una al menos por semana y por un periodo de 6 meses. Datos que consiguió tras 300 casos analizados:

Actitudes de acoso relacionadas con la comunicación:

1. El jefe/a no permite que se exprese la víctima. 2. Se le interrumpe constantemente cuando habla. 3. Los compañeros no le dejan expresarse. 4. Sus compañeros le gritan, le recriminan. 5. Critican el trabajo de la víctima con ataques verbales. 6. Critican su vida privada. 7. Aterrorizan a la víctima con llamadas telefónicas. 8. Le amenazan verbalmente. 9. Le amenazan por escrito. 10. Evitan todo contacto visual, con gestos de desprecio. 11. Ignoran su presencia, dirigiéndose exclusivamente a otros. Actividades de acoso para evitar que la víctima tenga la posibilidad de mantener contactos sociales: 12. No hablarle 13. No dejarle que hable o se dirija a otro. 14. Designarle un puesto de trabajo que le aleje y le aísle de sus compañeros. 15. Prohibir a sus compañeros que le dirijan la palabra. 16. Negar la presencia física de la víctima.

Actividades de acoso dirigidas a desacreditar o impedir a la víctima mantener su reputación personal o laboral: 17. Murmurar o calumniarle. 18. Lanzar rumores sobre la víctima. 19. Ridiculizar o reírse de ella. 20. Intentar que parezca una enferma mental. 21. Intentar que se someta a un examen psiquiátrico. 22. Burlarse de sus dolencias o minusvalías. 23. Imitar las maneras, la voz, los gestos de la víctima para ridiculizarle 24. Criticar sus convicciones políticas o sus creencias religiosas 25. Burlarse de su vida privada. 26. Reírse de sus orígenes, de su nacionalidad. 27. Darle trabajos humillantes. 28. Controlar y monitorizar el trabajo de la víctima de manera malintencionada. 29. Poner en cuestión y desautorizar las decisiones de la víctima. 30. Injuriarle con términos obscenos o degradantes. 31. Acosar sexualmente a la víctima ( gestos o proposiciones)

Actividades de acoso dirigidas a reducir la ocupación de la víctima y su empleabilidad mediante la desacreditación profesional: 32. No confiarle ninguna tarea 33. Privarle de toda ocupación y vigilar que no pueda encontrar ninguna 34. Exigirle tareas totalmente absurdas o inútiles 35. Darle tareas muy inferiores a sus competencias 36. Darle incesantemente tareas nuevas 37. Hacerle realizar trabajos humillantes 38. Darle tareas muy superiores a sus competencias, para poder demostrar su incompetencia

Actividades de acoso que afectan a la salud física o psíquica de la víctima: 39. Exigirle trabajos peligrosos o perjudiciales para su salud 40. Amenazarle físicamente 41. Agredirle físicamente, pero sin gravedad, a modo de advertencia 42. Agredirle físicamente 43. Ocasionarle gastos a la víctima para perjudicarle 44. Ocasionarle desperfectos en su domicilio o en su puesto de trabajo 45. Agredir sexualmente a la víctima

Ya sabemos qué es el mobbing, cómo reconocerlo y cómo documentarlo. Nos falta ahora saber como prevenirlo o cómo afrontarlo. ¿Cómo prevenirlo?

Fundamentalmente ocurre como en cualquier proceso de maltrato o de acoso. Tiene una evolución a la que debemos estar bien atentos. Por ejemplo, notamos un cambio en la relación que mantenemos con compañeros, con algún compañero/a o con tu jefe/a. A veces ponen en cuestión tu trabajo, utilizando mentiras, ridiculizándote sin motivo aparente o notas que dejan de hablar contigo con la misma frecuencia que hasta ahora. Llegan a más y ponen en entredicho tu trabajo, comunicando esto a la dirección del centro de trabajo, mezclan o introducen aspectos relacionados con tu carácter o personalidad. Puedes comenzar a sentirte mal emocionalmente.

Si esto te ocurre, busca ayuda y apoyo en familia, amigos, representantes sindicales, ayuda profesional, etc. Trata de documentar cada acción y si es necesario denúncialo a la autoridad judicial laboral.

Es complejo hablar de perfiles de víctima y acosador, aunque se dan algunos elementos que nos pueden ayudar a identificarlos: El acosador/a no suele reconocer su rol, echa la culpa de todo a su víctima. Suele estar cerca de la dirección de la empresa y busca su respaldo para avalar su conducta de acoso. Suele mentir, es mediocre y siente alguna animadversión por su víctima. La víctima suele tener un elevado sentido de la responsabilidad y de la ética. También es integrante de un equipo de trabajo con quien se siente unido. Suele prestar apoyo a sus compañeros y suele ser eficaz en su trabajo. Quizás por este sentido de la responsabilidad es un elemento frágil ante el acoso laboral por parte de compañeros o jefes acosadores/as.

 
El STRESS aparece comúnmente definido en los ámbitos científicos como la respuesta física y emocional que ocurre en un individuo, cuando éste se ve desbordado por múltiples demandas a las que no puede responder desde sus capacidades y recursos propios.
Exigencias laborales, conflictos de índole familiar, exceso de responsabilidades de todo tipo, falta de tiempos de descanso adecuados, de esparcimiento y de ocio. Estos pueden ser algunos de los tantos responsables del «stress moderno»

Existe una crucial diferencia entre las funciones cerebrales que se activan cuando cualquier desafío moviliza y motiva a la persona (“stress bueno”), y las que lo hacen cuando lo que ella percibe son situaciones que la amenazan, abruman y hasta paralizan o desmoralizan (“stress malo”).
Los elementos químicos cerebrales que generan entusiasmo frente a un desafío, entran en funcionamiento cuando nuestro nivel de energía es alto, nuestro esfuerzo máximo y nuestro humor positivo. Se denominan catecolaminas y dependen de la activación del sistema nervioso simpático y las suprarrenales.
Pero una vez que el cerebro asume la posición de emergencia, comienza a bombear cortisol; sin embargo trabajamos mejor a un nivel más bajo de excitación cerebral, cuando sólo participa el sistema de catecolaminas. Y para elevar el cortisol, tampoco es necesario llegar a la situación de quedar desempleado, o a una crisis terminal de agotamiento; bastan para ello el aburrimiento, la frustración, la impaciencia y hasta el cansancio.

Por tanto, el eustress (“stress bueno”) hace referencia a la presión que nos incita a la acción. Los elementos bioquímicos que se activan, incitan al cerebro a mantenerse atento e interesado y lo energizan para un esfuerzo sostenido.
Un estudio de origen alemán, citado por D. Goleman en su libro “La inteligencia emocional en la empresa” muestra esta relación entre la motivación y la química del eustress: “… Se asignó a un grupo de voluntarios una tarea mental difícil: debían resolver 120 problemas aritméticos en un período cada vez más breve, hasta que se equivocaran una de cada cuatro veces. Cuando se les verificaban las respuestas, si eran ciertas, recibían una recompensa en efectivo, si estaban equivocados, se los penalizaba con la misma suma.
Los voluntarios que tenían más esperanzas de éxito, eran los más capaces de mantener esa movilización en un nivel que produjera mayormente catecolaminas. Pero quienes actuaban motivados por el miedo, se llenaban de cortisol.
Esto resultó tener un efecto autorreforzante. Los que tenían bajo nivel de cortisol podían pensar bien y prestar atención durante la prueba, se mantenían alertas, serenos y productivos. El efecto sobre el desempeño fue dramático: ganaron más del doble de sus colegas”…

Podemos concluir aquí que el stress puede definirse como un fenómeno psicosomático, en el cuál, una emoción desencadena efectos fisiológicos, que a su vez predisponen para cierto tipo de emociones y las conductas que se derivan de ellas. Las transformaciones que tienen lugar entre la mente y el cuerpo se denominan transducciones.
En el stress vernacular, la energía de la emoción, por ejemplo, del enojo, se transduce en la energía de la contracción del miocardio (aumenta el ritmo cardíaco) y de la producción de mensajeros químicos como la adrenalina y la noradrenalina …”

La conclusión a la que podemos arribar aquí, sobre todo tomando los comentarios de Goleman, más arriba, es que, en el caso de las emociones positivas, el proceso psicosomático potenciaría los efectos positivos en las conductas finales (entusiasmo, productividad), mientras que en las negativas, ocurriría a la inversa. Quizás el efecto final de todo este proceso, en el “stress malo”, sea la enfermedad orgánica, que se cita en distintos lugares como las manifestaciones del cuadro de Stress en su estadio final (Burn Out).

Ahora bien, entendamos que los síntomas y signos psicológicos que habitualmente se atribuyen a un cuadro de stress: altos niveles de ansiedad, irritabilidad elevada, sentimientos de depresión, incapacidad de manejar emociones, apatía, confusión en el pensamiento, no han de ser diferentes a los que el individuo experimentó, en un primer momento, frente a situaciones “stressantes”, y que luego, el mecanismo psicosomático que acabo de describir, se encargó de cristalizar como forma de respuesta permanente frente a dichas situaciones.

Lo que debemos tener en cuenta, en cualquier caso, y como idea principal, es que el área laboral de la vida de una persona, es una de las principales causas de stress, por una diversidad de factores que ella encierra.
Pero además de ello, estos síntomas no son exclusivos del stress, por lo cuál, si estoy frente a un empleado que los padece, tengo que hacer dos cosas:
-realizar un diagnóstico individual de lo que le está sucediendo: su particular constelación de síntomas y factores que lo están causando;

-desestimar la posibilidad de que el stress esté acompañado por otros cuadros psicológicos (por ej. depresión, fobias). En tal caso, indicaremos tratamiento psicológico.

Si además observo que esa persona presenta dificultades para concentrarse en la tarea, desinterés y/o falta de involucramiento personal en ella, tengo otros elementos que se suman a favor de la hipótesis de un cuadro de Stress.

Si finalmente encuentro que hay puntos críticos en él/ella, como por ejemplo, la determinación de metas y objetivos para el futuro, así como el reconocimiento de aspectos de sí mismo, puedo suponer que ello tiene que ver con aspectos confusionales del pensamiento e incapacidad de expresarse claramente, lo cuál, si bien puede obedecer a diferentes cuadros psicopatológicos, también puede ser síntoma de stress.

Mi hipótesis puede finalmente corroborarse si esta misma persona revela, en sus comentarios, dificultades en su vida diaria, para contactarse con los otros, para organizar su tiempo, para priorizar lo que quiere y le interesa hacer, y para decir que NO a cualquier demanda o requerimiento de los otros, (en especial de su ambiente laboral).

¿Cómo trabajo desde el Coaching Ontológico?

En este caso, me interesa vincular las emociones que producirían el stress, con las acciones que son las disparadoras de estas emociones, para así poder intervenir en el circuito acción –  emoción –  “efecto stress”

El Coaching Ontológico le permite al individuo cuestionarse, desde su particular percepción del mundo, qué acciones habitualmente realiza y/o tiene disponibles para realizar. Y en este punto, cuáles son sus emociones (qué siente) y cuál es su estado de ánimo (emocionalidad permanente). A su vez, le permite cuestionarse qué resultados le aparecen ante estas acciones, y en todo caso reformular esta cadena:
Percepciones   –     Acción    –    Resultados.
A partir de aquí, yo puedo, por ejemplo, realizar un ejercicio con la persona consultante, en el que le pido que piense en una emoción que experimenta en forma recurrente, por ej., la ansiedad o irritación, que puede ser representativa, justamente, de un cuadro de stress.
Luego le pido que recuerde , cuáles fueron las acciones, propias o de terceros, en la última semana, que desencadenaron en él/ella, tal emoción de ansiedad o irritación, y qué pasó a partir de allí (cuál fue el resultado de cada una de esas situaciones).
Las acciones que refiera pueden ser varias: el tratar de hacer dos o tres tareas a la vez, exigirse atención a dos personas que le hablan simultáneamente de cosas diferentes, no poder responder ante una agresión externa, no verbalizar su incomodidad ante una discusión o una imposición de terceros, etc. Este ejercicio lo puedo hacer también en parejas: uno puede comentarle al otro sus acciones, y esto enriquece obviamente la percepción general de cada uno.

En este punto, recurro a otro dominio fundamental: la corporalidad. Todo cambio en las emociones genera cambios en el cuerpo. Desde la corporalidad externa (posturas, gestos, esquema corporal), esto se manifiesta en disposiciones que el individuo puede reconstruir a partir de preguntas claves, por ej.:

“¿Cómo siente Ud. la ansiedad en su cuerpo?; ¿Cómo representaría con su cuerpo, el estar ansioso/irritado, etc?”.

Así, cada individuo puede “representar” el cuerpo de la ansiedad (o de cualquier otra emoción), mientras el otro lo observa, y luego le devuelve, “en espejo”, imitándolo, esa representación, inclusive magnificada, de sí mismo. Con lo trabajado hasta aquí, el individuo puede reconocerse, e implementar cambios necesarios, tanto para evitar acciones “generadoras de stress y enfermedad”, como disposiciones corporales que ocasionen dolor, tensión, rigidez, contracción, y sobre todo, percepciones y emociones relacionadas con el malestar.
Esta es una de las tantas técnicas utilizadas en el Módulo de Abordaje de situaciones de Stress y presión laboral, que encontrarás dentro de los Asesoramientos de Coaching individual, con todo su desarrollo temático.

En próximos artículos iremos desplegando otros puntos del mismo, que utilizo, en general, para gente “bombardeada” por la realidad de su trabajo diario.
Lic. Mónica Silvia Reta